martes, octubre 21, 2008

Flores sin estrellas, noches marchitas




Se me ocurrió mirar para afuera por la ventana y no había estrellas.

Por un momento te imaginé, acostada en tu cama, acurrucada en ella con todas las estrellas del cielo debajo de tu almohada, contándolas una a una para poder dormir. La pieza a oscuras y el fulgor resplandeciendo, como si fuera de día. Seguramente estabas ahí, con la cabeza en las estrellas y ellas saliendo de ti reflejándote como espejos, extensiones de tu cuerpo puestas en el cielo. Sólo pensaba ahí que al menos, por un momento, estuvieras pensando en mí.

Volví a la realidad. Estaba yo otra vez, frente al monitor, con la boca seca y los labios partidos. Son noches como esta las que me hacen pensar, desde mi lado consciente, que te extraño y que no debería de haberte soltado la última vez que te vi. Que quizá debería haberte asido y apretado, aunque te enojaras y me odiaras el resto de tu vida. Hoy ya no tengo ni estrellas, solo un manto de penas en racimos marchitos, extrañando hasta el más leve respiro que pudiste haber dejado en mi mente alguna vez.

El reloj suena, la hora no importa, sólo es tarde. Sigo acurrucado, pensando... ya no en las estrellas, sino en la última vez que te vi, y de tu sonrisa de tela adornada con lentejuelas. Sonrisa que no es mía. Y mi sonrisa te acompaña, aunque sea falsa e intencionada.

Esa tarde que te vi...


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