Las copas están sobre la mesa y el silencio desborda el comedor
como inundación. Estoy sentado frente a una silla vacía, imaginando que estás tú. Te sirvo vino, para celebrar. Celebrar el nuevo año, celebrar que
estamos juntos y celebrar la feliz vida que llevamos. Vierto un poco de vino en la copa e imagino que hacemos un par de comentarios sobre su calidad, su aroma, su sabor. Claro, imagino que lo pruebas. Yo lo hago, para romper el hielo. Tú no dices nada, pero me miras nerviosa. Si supieras que yo estoy igual de nervioso y que ruego por el calor de tus manos, por el brillo de tus ojos, por la brisa de tu sonrisa.
Miro de nuevo y la silla está vacía y tu copa llena. Al final, de toda mi celebración sólo hay dos cosas seguras: Es año nuevo, y tú no estás conmigo.
Bailo solo en la oscuridad esperando a que tú vuelvas, te sientes en la silla y me digas todo aquello que te has negado tanto tiempo. Ruego, espero, que este año que se va se lleve todos mis malos recuerdos y te
traiga de vuelta sana y salva.
Sigo sentado, en la oscuridad, a ver que pasa. La esperanza,
obvio, no me la puede quitar nadie.
Te espero, acá sentado. Tengo
toda una vida para esperar...